La pandemia del coronavirus ha dejado al descubierto la fragilidad del sistema y, por ende, de los seres humanos. La fantasía de un yo todo poderoso, el tú puedes solo, la creencia casi mágica de que las personas podemos dirigir de forma autónoma nuestras vidas, el individualismo, sin tener en cuenta el medioambiente circundante que nos rodea ha caído como una losa sobre la población.
La vida es frágil e interdependiente, como nos enseñaban en las clases de ciencias naturales. Los ecosistemas se rompen, esparcidos en fragmentos, ante la desaparición de una sola especie. La falta de un eslabón de la cadena trófica, no permite mantener la biodiversidad tal y como era.
Somos frágiles, aunque nos empeñemos en ignorar que la vida es más un don que un derecho. Nos negamos a mirar a la muerte a los ojos. Vivimos de espaldas a la fragilidad propia y ajena. Aplazamos abrazos y anhelos como si fuéramos seres inmortales.
En el mundo desarrollado crecemos con la sensación interna de que es un derecho acceder a los alimentos; y nos negamos a considerar que en el resto del mundo, los alimentos son un lujo para millones de seres humanos.
El sistema económico es más frágil de lo que creemos. En su cúspide no están los productos de primera necesidad sino la satisfacción de los deseos, por caprichosos que estos sean: langostinos a bajo coste, fresas en diciembre o cuerpos escupidos. El sistema se alimenta de la fragilidad de las expectativas, los deseos y el egoísmo de las sociedades del consumo.
Somos frágiles como una copa de cristal de Murano. La vida es delicada como el primer brote de primavera. Interdependemos unos de otros en una filigrana perfecta. Es esa red de cuidados, atención, servicios e imaginario colectivo lo que nos une irremediablemente.
Conectar con la sensación de fragilidad, dejar a un lado la fantasía de que somos inmortales y el tiempo no corre, de que la autosuficencia y el individualismos son la respuesta a cualquier problema es quizá una buena oportunidad para mirar adentro y valorar el delicado regalo que representa vivir.
El planeta tierra es un paraíso fértil, susceptible, hermoso. Quizá como especie no hemos sabido mirar más allá de los intereses propios y este sea un buen momento para valorar lo que no hemos sabido. Para reconocernos vulnerables y sentir la extinción como deben de sentirla los cientos de especies amenazadas por la actividad y el egoísmo humano.
Y es que, si algo sabemos ahora, es que somos vulnerables.
Subscríbete gratuitamente a la Comunidad Estudio sobre el útero
Mucho más de lo imaginábamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario