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domingo, 6 de mayo de 2018

#Metoo y #cuentalo: la conciencia es esto

Después del movimiento internacional #Metoo y de la publicación en España de la sentencia de la manada, otro nuevo movimiento bajo el título #cuéntalo está presente en las redes sedes. No es fácil contarlo y no es fácil de leer.

Llevo casi una década trabajando para las mujeres, primero en círculos de madres y, desde 2011, con mi trabajo sobre los efectos de la cultura (patriarcal) en nuestro cuerpo. En estos años, a las propias vivencias y las de mis amigas más íntimas, he tenido que añadir las historias de las cientos de mujeres que han desnudado su alma en estos espacios: incestos, violaciones de familiares cercanos, abusos sexuales, coacciones, intimidaciones, enfermedades de transmisión sexual, encuentros traumáticos, violencia en los embarazos y partos, secuelas de por vida, traumas que sangran día sí y día también... 

Cuando hablo de violencia obstétrica en charlas públicas, a veces hay mujeres (a menudo profesionales de la salud) que se levantan para decirme que, sencillamente, no existe la violencia obstétrica: "Son solo casos desafortunados. Malas experiencias aisladas. La ciencia y la sanidad no puede hacer esas cosas. Habéis tenido mala suerte. En los paritorios se respeta siempre a las mujeres." Ni lo que diga la OMS, ni la legislaciones extranjeras que ya ha tipificado el delito,  ni las estadística de cesáreas o episiotomías, ni los testimonios de viva voz de las mujeres que allí mismo se levantan y cuentan su experiencia, parecen poder cambiar la infranqueable certeza de esas personas que se niegan a considerar que en los paritorios se suele ejercer violencia obstétrica. 

De la misma manera que con la violencia obstétrica, la violencia sexual contra las mujeres es uno de esos puntos ciegos que molesta mirar. Mirar de frente la injusta, sangrante y dolorosa vida sexual de casi todas las mujeres de este planeta nos deja una fotografía terrorífica que molesta mirar. Mucho. Nos hace salir de un estado de sopor y nos confronta con las propias heridas que aún permanecen en la sombra.

A veces, desde espacios más "espirituales" (como si fuera posible que algo sea o no espiritual), se dice: manda amor al Universo y eleva tu vibración para que no te afecte; nada es verdad, todo es maya; permanece impasible. ¿Para que? ¿Para qué voy a permanecer impasible? ¿Para que no me afecte el dolor de las mujeres, de la humanidad, de la carne? Me afecta. Mucho. Porque soy humana. Y el dolor de cualquier ser humano en la tierra tendría que poder afectarnos. Recordad: somos uno. Me niego a que en nombre de la espiritualidad se nos anestesie. 

Cualquiera que se haya embarcado en la aventura espiritual, sabe que es todo lo contrario de luces y bondades. Es un camino lleno de espinos en el que la única condición es traer conciencia (darte cuenta) de lo que ocurre dentro. Y no es cómodo ni fácil. Y duele muchas veces. Duele reconocer toda la mugre que esconde el ego: los miedos que creías superados y que siguen ahí escondidos de formas más sofisticada, las mentiras que nos contamos a nosotras mismas para no hacer aquello en deseamos, duele reconocer el rencor en una y la envidia y la ira y la soberbia acumulada detrás de la sonrisa... porque se nos desmonta la máscara de bondad, perfección y plenitud con la que andábamos por la vida. 

Los movimientos #Metoo o #Cuéntalo son movimientos de conciencia que nos permiten ver donde antes había sombras y silencio. Y son dolorosos y, por lo mismo, serán siempre negados o silenciados por personas que no están dispuestas a sentir el dolor que acompaña a la verdad. Pero eso es la conciencia. Darse cuenta. E igual que en un verdadero proceso de desarrollo espiritual, cada vez uno tiende a ser más humano, a sentirse más falible y vulnerable, a reconocerse más en los otros; en los procesos colectivos de toma de conciencia sucede exactamente igual.

Esta sociedad está podrida en un aspecto central de la existencia de todos los seres humanos (hombres y mujeres): la sexualidad. Está tan podrida que apesta. Apenas hemos levantado la tapa del cubo de la basura y el hedor es insoportable. No conozco ni una mujer que no pueda narrar un acoso, roces de tipos en los transportes públicos, insinuaciones desde posiciones de poder, groserías, tocamientos indeseados, abusos, violaciones o violencia obstétrica (que es otra forma de violencia sexual). Ni una. 

Decía Jung: "Nadie se ilumina  fantaseando figuras de luz, si no haciendo consciente su oscuridad". De la misma manera estos movimientos nos están ayudando, aún con dolor, a hacernos conscientes de la magnitud del problema. A darnos cuenta de quienes somos individual y colectivamente. Solo sacando a la luz la realidad podremos transformarla.

La conciencia es esto.

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