Hoy hace quince años que nuestros ojos se encontraron por primera vez. Como ocurre con los amores que merecen la pena, ese instante le dio la vuelta a mi mundo. Dejó de parecerme importante lo que hasta entonces me parecía prioritario y surgieron nuevas inquietudes; dibujaste en mi una nueva forma de pensar y sentir.
Me robaste horas de sueño y me regalaste años de vida. De esa vida que nunca soñé que viviría. Contigo comprendí ese estado especial de una madre dando teta; aprendí a cambiar pañales y calmar la curiosidad inmensa de un ser en crecimiento. Hemos paseado macetas porque te empeñabas en que también a las plantas les venía bien pasear por el campo. Has probado la comida para perro y me has enseñado a mirar de nuevo el mundo con ojos recién llegados.
Has llorado abrazada a mi cuello y hemos reído hasta la lágrima. Nos hemos gritado a veces y nos hemos respetado casi siempre. Me has dado lecciones de vida y de amor propio. Has sido mi espejo y, con la generosidad que te caracteriza, siempre me has devuelto una mejor imagen de mi de la que yo misma tenía.
Contigo he tenido la certeza de que el amor es una fuerza indestructible; es la Vida abriéndose paso a dentelladas. El desvarío de confundirnos la una con la otra y el aprendizaje de desligarnos de forma sana. Sé que mi mundo es mejor desde que tú estás en él y eso es un regalo que aprecio a diario.
Tú hiciste que me replanteara mi existencia, y surgí, no mejor madre, sino mejor persona. Gracias, pequeña, porque ahora que veo como despliegas tus alas y el mundo se abre ante ti, me siento agradecida infinitamente de ser tu madre; de volar juntas y atravesar tormentas y cielos azules.
Quince años desde que nuestro ojos se encontraron por primera vez.
Quince años de Vida.
Quince años de amor.
¡Feliz cumpleaños!
A Lucía.
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