Dime, dónde puedo encontrar el café que nunca llegamos a tomarnos, las risas que dejamos de compartir, las palabras que no hemos llegado a pronunciar. Dime en qué lugar se han quedado las experiencias que no hemos compartido y si es posibe recuperar el sonido de tu voz o el brillo de tus ojos. Dime, Su, qué se hace con las prisas que nos atoran la vida y no nos dejan disfrutar de los demás. Ahora, que ya es tarde y que sé que no vas a volver, me arrepiento de las prioridades absurdas, de la falta de atención, de la llamada que nunca llegué a marcar, del mensaje que no salió de mis dedos.
Me arrepiento aunque sé que no sirve para nada. Tu despedida inesperada ha caído esta mañana como un granizo frío y seco en la boca del estómago. Este adiós, me recuerda que las personas que nos rodean son tesoros y que dar por hecho que siempre van a estar ahí es un engaño; un autoengaño en este mundo enajenado en el que asumimos que la muerte es una sentencia lejana que nunca nos llegará a rozar. Vivir ajenos a la mortalidad, la propia y la ajena, nos vuelve insensibles y nos aboca a aplazar lo más sagrado que tenemos en esta vida: el encuentro con los otros.
Fue un placer conocerte. Algo tocaste, de esa manera suave y tan tuya, en cada una de las personas con las que te encontraste. Algo nos quedó de tu sonrisa y de tu voz. Algo que no morirá mientras nosotros sigamos vivos. Gracias.
Descansa en paz, Su, y vuela libre más allá de las calles de tu infancia.
En memoria de Susana Mas

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