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lunes, 11 de mayo de 2015

Las perfectas hijas del patriarcado (podcast)

(Podcast)
¿Prefieres escucharlo en vez de leer? Ahora, podrás escuchar los podcast que iremos subiendo. Así, mientras haces otra cosa, podrás estar al día de lo que por aquí se cuece. Hoy hablamos sobre nuestros sentimientos de malestar y su origen a raíz de un mail de una lectora.




Esta mañana he recibido un mail que me ha emocionado. Una mujer me cuenta su historia y me da las gracias, porque, ha llegado a una comprensión profunda de sus males. La perfecta hija del patriarcado (que somos muchas de las que ahora estamos en la mediana edad), hicimos todo lo que se nos pidió. Fuimos buenas, estudiamos (generalmente una carrera universitaria), no fuimos madres en nuestra veintena, trabajamos, abrazamos el feminismo de la igualdad (ideológica o activamente), nos emancipamos, nos casamos o tuvimos parejas estables... y tuvimos hijos. 


Lo que con tanto esfuerzo nos había costado crear se desmoronó de la noche a la mañana. Frente a ese ser diminuto, en las noches de insomnio, comenzaron muchas de nuestras preguntas a formularse más concretamente y no encontramos respuesta. No encontramos la respuesta porque como el pez que vive dentro del agua, no sabíamos que podía haber otro medio. Nos creímos el patriarcado como oxígeno y señalábamos donde no era como foco de insatisfacción.

Las perfectas hijas del patriarcado nos sentimos íntimamente molestas, en una profunda protesta interior, insatisfechas. Las perfectas hijas del patriarcado intuimos que hay algo que está mal, pero erróneamente pensamos que eso que está mal está en nuestro interior: vamos a terapias, leemos libros de autoayuda, abrazamos ideologías, nos desarrollamos espiritualmente y esperamos con el corazón encogido que algo funcione. Que pueda descansar, al fin, y me sienta adecuada, que pueda sonreír de verdad en las fotos. 

Leer a Casilda Rodrigañez y su libro La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente, fue para mi un gran alivio. Comprendí que no era yo. No era solo yo. Mi queja, mi protesta tenía al fin un sentido. Pude poner palabras a lo que venía sintiendo desde el origen. Pude señalar lo correcto y lo incorrecto, el origen de mi dolor. Fue una gran liberación. No solo porque a raíz de su lectura comencé a relajar mi útero y mis ojos se volvieron hacia mi cuerpo, sino porque se abrió ante mi un camino, el mío propio, y eso me permitió alzar el vuelo con los pies en la tierra.



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