Creo que al final deberemos, en algún momento, volver al principio. Formular la pregunta esencial, la que está al principio de los principios y de la que se derivan todas las demás, la que tiene más consecuencias y la que más lejana puede parecernos. La pregunta dice así: Es el cuerpo de la mujer ¿un territorio privado o público? Esa es la gran pregunta. Esa es la gran respuesta a responderse.
En la medida en que voy reconociendo como propio este terreno hecho de células y recuerdos, líquidos y deseos, se va imponiendo la complicada realidad de que cada vez caben menos personas, autoridades, creencias y sumisiones en él. En mi cuerpo, solo cabe ya quien yo elijo. Se han quedado fuera las autoridades sanitarias (ginecólogos/as y comadronas incluidas) y, de este colectivo, solo puede entrar quien yo elijo a dedo durante el tiempo que quiera y bajo mis condiciones. No las suyas. Si lo toman bien y si no que lo dejen estar. No es ya que no quiera vivir un parto medicalizado, es que no deseo estar cerca de nadie que se crea que tiene que protegerme de mi misma o salvarme de mi corporalidad. Así no. También se han quedado fuera los legisladores y sus leyes de pacotilla que se han creído que pueden imponer su moral sobre la mía, sus letras retorcidas sobre mi verdad vital. No las acepto. No tienen legitimidad. También se quedan fuera los científicos y sus prejuicios patriarcales que me hacían creer que mi cuerpo estaba mal o no era capaz.
Se van quedando fuera las viejas imposiciones, la necesidad de responder ante los míos, las creencias y prejuicios heredados, se quedan fuera los viejos patrones sobre la represión sexual, lo que debería ser según otros (los patriarcas, curas, políticos, padres, educadores, publicistas, novios, artistas, parejas, literatos, filósofos). Se quedan fuera de mi cuerpo los besos que no he pedido y las caricias que nunca quise. Cada vez más lejos, más pequeños, reducidos. Se pierden en cada respiración que alimenta mi propiedad, mi territorio, mi deseo, mi yo.
Pocos y escogidos son los que invito a entrar en mi territorio particular. Cada vez hay menos bullicio aquí dentro. Conforme aparece la respuesta, la pregunta, que nunca debió siquiera formularse, se pierde en el vacío. ¿Qué si mi cuerpo es un territorio privado? Por supuesto. Y el tuyo. Y el vuestro.
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