Hace poco compartí en Facebook una tabla que el Instituto Andaluz de la Mujer había hecho pública sobre las actitudes que suponían control y posesión en la pareja en un intento de mostrar a las jóvenes y adolescentes la cara oculta del romanticismo. Más nos valdría haber leído a las mujeres más mayores, estas cosas en nuestra tierna infancia o haber recibido una información más veraz sobre lo que es el amor. Entonces nuestras hijas e hijos no necesitarían recordar estas cosas.
Con todo, hace falta decirle a las adolescentes lo que es control y posesión, tanto como a las mujeres maduras. Hace poco tiempo tenía una conversación con una amiga que me indicaba la cantidad de mujeres valiosas que conocía con las alas cortadas en nombre del amor, la pareja, la familia o el matrimonio. Hay infinidad de maneras de hacer entender al otro que no creemos que valga: invalidar su trabajo, reírnos del otro, no dar importancia a las necesidades, logros y deseos... No hace falta decirlo directamente, basta con miradas condescendientes, frases irónicas y gestos sutiles para hacernos comprender que somos ridículas, no merecemos el triunfo o el cuidado. Y estas sutilezas calan fácilmente en nosotras porque aprendimos, a través del ejemplo de las mujeres y los hombres de nuestra infancia, de los anuncios y películas, de las novelas y la música que las cosas eran así. En realidad, ya llegamos a la pareja sabiendo que no merecemos la felicidad o el triunfo, que no merecemos cumplir aquellos sueños que quedaron arrinconados en algún cajón en los primeros años de vida. Por eso no nos chocan estos mensajes.
Salimos de una situación de desamor que se alimenta cada mañana y que observamos en las relaciones entre los hijos y sus madres y padres y entre la pareja en sí y llegamos a la adolescencia con el conocimiento más o menos implícito de que el mundo les pertenece a los otros y que nosotras nos debemos empequeñecer y esperar las migajas. Después vienen las historias románticas donde recuperamos el sentimiento de amor perdido, la magia de la fusión con otra persona, la mirada con la que soñamos. Y nos enganchamos a ese sentimiento como el drogadicto a la química. Y, a partir, de ahí la historia se repite una y otra y otra vez. Lo que se supone un amor altruista se convierte en un amor posesivo en el que irse hundiendo progresivamente o en el que mantenerse, mal que bien, a flote con las inseguridades y miedos de la primera infancia acrecentadas.
El amor romántico, el amor del "no puedo vivir sin ti", del "quiero estar junto a ti todo el tiempo", del "te necesito", del "si no estás no merece la pena vivir", es tan común como patológico y debería hacernos reflexionar a todos, hombres y mujeres, artistas y empresarios de la comunicación, madres y padres, adolescentes y personas adultas. Creo que es necesaria esta reflexión precisa para terminar, de una vez con todas, con los lazos que nos aprisionan... a todos: mujeres, hombres, adultos y adolescentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario